lunes, 16 de enero de 2017

PSICOSIS… POR AHORA


Toluca, México, 4 de enero del 2017. “Nadie puede salir de los vestidores”, dijo una voz que no supe de dónde provenía. “Están entrando a las tiendas para saquearlas y recibimos la orden de bajar las cortinas, nadie puede salir hasta que no hayan pasado los manifestantes. Ya desmantelaron otros comercios en el centro”, explicaba la empleada.
Me vi entre vestidos que aún no me había probado y el miedo a que los delincuentes me despojaran de mis pertenencias. En esas estaba cuando un hombre abrió violentamente la cortina del vestidor con el pretexto de buscar a su novia, pues la angustia de lo que pudiera pasar lo había trastornado. No pensaba ni se le ocurrió preguntar nada antes de entrar en pánico. Cuando la encontró semidesnuda, quizás ajena al terror de los demás, se dio cuenta de que estaban atrapados en ese piso bajo y que la amenaza del asalto los había hecho zozobrar.
Las vendedoras dijeron desde la entrada de los probadores que avisarían cuándo salir. A pesar de la advertencia no quise quedarme. Salí, entregué los vestidos sin habérmelos medido para ver lo que pasaba afuera. Pero en el piso de arriba el ambiente era casi normal, aunque las cortinas seguían abajo. Las vendedoras animaban a pagar porque no querían que los clientes se fueran sin consumir.
Con mucho miedo pero mayor curiosidad, me asomé por las rendijas y lo que vi me desconcertó porque no pasaba nada.
La gente caminaba, otros comían, se entretenían frente a los comercios y se dirigían, en ruta de choque, hacia el miedo que había bajado aquellas cortinas. Eran los mismos que, a pesar del 20 por ciento de aumento a los combustibles, insistían en vivir con o sin gasolinazo.
Salí y caminé sobre la avenida Miguel Hidalgo, aún en el portal, con la intención de escapar. Llegué a la Vicente Villada sin ver más que gente sentada en las escalinatas de la plaza Gonzáles Arriata celebrando las bromas de los payasos, niños comiendo helados y adolescentes compartiendo bolsas de papas. En la esquina de Hidalgo y Villada un grupo de policías usaba radios para reportar que estaba todo en orden. Algunos se les acercaban queriendo saber mientras otros se formaban confiadamente en los bancos, porque si la tienda de ropa cerraba, no lo había hecho la banca mexicana, donde filas de hasta cincuenta personas alcanzaba la entrada de otros comercios como la camisería Men´s Fashion. Entonces subí a un taxi y me fui.
A la horda maldita nadie la había visto.
Poco más tarde regresé al centro y lo que encontré fue que en la avenida Hidalgo circulaban los autos apaciblemente, aunque la mayoría de las tiendas habían cerrado.
Alacranaba una tranquilidad sospechosa.
Volví a la tienda donde dos horas antes me habían encerrado y pregunté cómo les había ido con los vándalos. Las dependientas me miraron desconfiadas y en voz baja, para que no las oyera el gerente, me dijeron que “no sabemos bien, pero los saqueadores vendrán mañana”.
Mañana. En la Noche de Reyes.
No dijeron, sin embargo, a qué hora sería la cita salvaje, aunque su rictus denotaba seguridad, al menos la seguridad del que sabe lo que sucederá sin duda alguna.
– Pero ustedes vieron algo- insistí.
– No los vimos, pero van a venir.
Oooqueeeiii.
Salí desilusionada de la tienda. Esperaba un relato violento, encontrarme con el local reducido a polvo, quizás algunos golpeado –dios no lo quiso- y, en pocas palabras, la ciudad arrasada.
Inmersa en la ficción de una guerra que al menos en Toluca no pasaba del Facebook, me dirigí a la avenida Juárez en busca de los saqueadores fantasmas. La luz de la esperanza se atravesó en mi ruta porque, de pronto, una muchedumbre a la entrada del viejo centro comercial Woolworth, prometía el Mictlán. Me acerqué para preguntar qué pasaba, por qué estaban ahí. La tienda estaba repleta del todo.
¿Entonces? ¿Cómo? ¿Por cuáles calles pasaron? ¿De qué me perdí? Hasta pensé que me habían cambiado la ciudad.
Y es que, en serio, la gente esperaba en las puertas con algo en sus manos. Al principio creí que la multitud era parte de los saqueadores rezagados, esperando su turno. Un segundo después y desde mi amargor supuse que aguardaban por algún tipo de caridad, limosna o sobrantes de aquellos que salían cargando empaques de superhéroes reducidos a simple plástico.
Pero no.
Lo que tenían en las manos y sostenían como un tesoro eran bolsas de basura. Enormes, negras, sin fondo, necrófagas, fúnebres bolsas de basura.
Valían cinco pesos. Cinco miserables pesos y quienes las compraban lo hacían porque no querían que sus hijos –remember Día de Reyes- se desilusionaran si por casualidad los vieran llegar suplantando al tal Melchor y sus socios.
Había que aprovechar.
– Cinco pesitos, señorita- dijo uno de ellos.
Aproveché para preguntarle si había visto a los manifestantes.
No.
Insistí y le conté mi experiencia en la tienda de ropa.
No, no había visto nada y eso que tenía horas vendiendo ahí.
No. Entonces no. Y no.
Seguí caminando sobre el portal, ya ennegrecido por la tarde y la falta de luz, esas bombillas fundidas como esferas de Navidad.
Hice un par de fotos.
Pasaban patrullas y camionetas azules desde Instituto Literario hasta Quintana Roo presumiendo su poder. Enfrente de la Catedral pregunté a un policía que por qué.
Él me preguntó si era fuereña, porque si no sabría que “en Toluca nunca pasa nada. Aquí todo está tranquilo. Fue un chisme eso de los manifestantes. Donde estuvo rudo fue por allá, por el aeropuerto”.
Entonces –otra vez entonces- decidí irme a casa no sin antes mirar a los portales donde no habían caminado los vándalos aunque mañana se aparecerían y sembrarían el terror.
En las redes sociales se hablaba de una serie de asaltos a las tiendas Aurrerá, se enviaban videos de los saqueos, aunque apenas se reconocían cuerpos borrosos. Pensaba, mientras los veía, ya en casa, que el miedo devora las almas, como propondría Fassbinder en su película Angst essen Seele auf, o por lo menos las hace meterse a su casa y no sólo no cuestionar sino aceptar lo que los amos del país deciden y dar por hecho que el mal habita en el de enfrente, en el de abajo y no en las cadenas departamentales, en el sistema político y en una economía dependiente. Además de no ver que en un país donde el robo de las tiendas Soriana, Aurrerá o Walmart no sólo consiste en elevar los preciosos, sino en exigir, a través de las empleadas, un donativo o un redondeo.
“Tú eres el responsable de tu avance, de ti depende tu crecimiento”, dice el discurso de la venta. Con eso es fácil controlar, con la constante amenaza de perder. El mensaje que se nos ha mandado estos primeros días de enero es que siempre podrá ser peor si nos quejamos. Porque al quejarse y manifestarse, gente mala aprovecha la oportunidad para arrebatarnos el bienestar y la tranquilidad.

Mientras tanto, contemplemos las revueltas fantasmas en la capital de Enrique Peña.