Me fui a vivir a esa casa cuando todavía no tenía
puertas. Mi hijo me lo advirtió, me dijo: “Mire, mamá, yo me separé de la
Lorenza y aún no he comprado muebles. Si usted quiere vivir así, es bienvenida”.
Yo le dije que sí, que yo sabía dormir en el piso, sin imaginar qué tan dentro
se le puede a uno meter el frío del cemento. Dormí un mes con puras cobijas
sobre cartones, hasta que junté para mi cama. No quería seguir viviendo con mi
otra hija y mi yerno. Había vivido por un año con ellos y la verdad ya ninguno
veía llegar su hora. Por eso cuando mi hijo me contó lo del departamento que
rentaba, yo acepté inmediatamente vivir con él.
Ya iría yo ahorrando, pensé para mis adentros, para ponerle puertas y
ventanas a la casita del pueblo. Al departamento de la Carmen Serdán, llegué
sólo con mi ropa y mis boletos arrugados de Guadalajara, no tenía nada más.
Desde que supe que el Jenaro andaba con otra, me juré que no lo volvería a ver.
Estábamos casados, pero me salí sin pedirle ni un quinto ni hacer ningún
argüende legal. Así, comencé a trabajar como cocinera; yo había estudiado sólo
la primaria y lo único que me atrevía a hacer era cocinar. ¡Y lo hice! Si usted
quiere, por pura necesidad y ganas de sacarme de la cabezota al Jenaro. ¡Pero
lo hice! Tanto me llenaba de gozo levantarme tempranito y abrir las ventanas de
par en par, que comencé a vender desayunos en mi casa, para los niños de la
escuela. Desayunos que más bien eran para las mamás que pasaban apuradas y sin
el lunch para los chamacos. Le digo,
señorita, que esta casa, así como la ve, pues me ha llevado diez años
construirla. Ahora quiero echarle otro piso y hasta hacerme una terraza. Tengo
mi carrito repartidor y voy todas las mañanas a vender fruta y sándwiches
afuera de la escuela. En la tarde abro mi local y ahí ofrezco comida corrida.
Ya le sé al negocio de la cocinada. No se me ponga triste, señorita. ¡Si yo le
contara! Me ha pasado de todo. Buena tarde, señorita. Entonces, ¿cuándo vuelve
para la entrevista? ¿Qué me dijo que estaba estudiando? Ándele, que le vaya
bien. Y quite esa carita que todavía no me ha violado ningún cabrón.