domingo, 6 de septiembre de 2015

El verano se me va...

Sí, el verano se me va, se me escapa sin muestras de dolor ni consideración. Soy dependiente del sol, mi ánimo pende como un hilito de él. Las días sin sol me ponen triste, me descabezan las ganas de salir de la cama, me declaran la guerra y clausuran mis nueve puertas. Se pone de acuerdo hasta mi teléfono, porque casualmente no recibo mensajes, ni grabaciones de voz, ni notificaciones con la amable notificación de "su volumen de este mes está a punto de agotarse, si desea puede depositar 2,99 para seguir navegando". Además de que es un día jodido: es domingo. Los amigos están recuperándose de la borrachera de ayer o están de integrantes de la familia feliz. El verano ya se acabó. Pero si sólo fue una semana en la que ni siquiera fui a nadar. Mi vecino se burla de mí, dice que ya debería acostumbrarme, estás en alemania, me recuerda con una sonrisa, que no sé si es, de lástima o de ternura.
Sí, estoy en Alemania, pero qué hago con mi ánimo y mis ganas de sol. Lo escribo y no sé si debería borrar todo lo anterior, porque ahora mismo, ya salió el sol. Pero, lo importante para mí es el primer momento, ese cuando abro los ojos y miro por la ventana y me encuentro con la felicidad que el sol me regala o con la patada en las heridas que los días nublados me otorgan. 
Será que la felicidad se me va con el verano o es una más de sus máscaras.