miércoles, 27 de abril de 2016

Destino o decisión





¿De dónde salen las personas con las que nos encontramos y luego nos enamoramos?  ¿Será cierto eso que estamos predistinados a conocer a ciertos individuos y a otros no? Yo incluso he llegado a desarrollar mi teoría de los cuatro meses. Sí, cada cuatro meses, más o menos, conozco un nuevo amor que no siempre pasa la categoría de nuevo, pero que bien puede llamarse amor. Y siempre pareciera que es inevitable conocerlo. No hago mucho, simplemente aparece. Mis amigas, las del ala metafísica, se empecinan en desmentir mi teoría diciendo que lo que pasa es que yo necesito conocer a esos hombres para crecer y desarrollarme espiritualmente de alguna forma. Mi hermana, por ejemplo, lo llama la ley de la Atracción, considerando al hecho de que yo -eterna enamorada del amor- atraigo lo que llega, ni más ni menos. A mí, sin embargo, esa explicación no me llena de gozo ni me satisface. Mis amigas, las que visitan al psicólogo y son más nice, dicen que no he solucionado conflictos con mi padre, que busco a mi padre en cada uno de esos hombres. Y que ya que pasan las mieles de los primeros meses, al sentirme decepcionada por no hallarlo, dejo el barco. A mí esa idea me parece medio perversa pero no la descarto definitivamente.

Ayer, por ejemplo, cuando regresaba a casa en el metro, un chico me miraba insistentemente. Era de esos hombres a los que las mujeres llamamos cariñosamente “Osito“. Barba cerrada, no muy alto, ojos grandes y labios rojos: era guapo pero demasiado tierno como para sentirme obligada a conocerlo. Así que con toda la emoción que me embargaba saber que era observada, saqué mi teléfono y fingí que veía mis correos. En el fondo tenía ganas de hablar con él, pero no me atreví. Cuando llegó a la Vinetastrasse, cogió sus dos bolsas de compras, sonrió y en voz baja dijo, adiós. Yo sonreí, sin mirarlo realmente. ¿Qué podía haber hecho? Seguirlo y decirle: “ay, perdona, pero tengo la teoría de que cada cuatro meses conozco a un hombre y ahora apenas llevo dos meses de espera. Lo siento, no cumples con la regla“. Así que, ahí, el destino no jugó el papel principal, sino mi decisión de no ser parte del encuentro. Mi amigo Mauricio, el budista, dice que somos sobre todo decisiones. ¿Será? O sea, que eso que tenemos que conocer a A o B tiene que ver más con nuestra visión superficial del amor y las circunstancias en las que deberíamos encontrarlo.  Yo no estoy tan segura. Cuando estoy sola me regocijo viendo películas de amor, de esas en serio cursilonas. Casi siempre elijo francesas o italianas, y aunque no distan mucho de las americanas ni traicionan el argumento conocido por todos, me gustan más.

El otro día, rompiendo la regla, veía Celeste y Jessi forever, una película americana de cine independiente, un poquito diferente a la historia ya trillada de los dos guapos, heterosexuales, por supuesto, que se enamoran y después de pasar uno o dos problemitas, salen avantes de sus terribles odiseas. La historia, sin embargo, que cuenta Lee Toland Krieger, directorde Celeste y Jessi, va más allá del conflicto y la lagrimita ocasional. Para abordar más o menos profundamente, en tono de comedia, la vida de Celeste y Jessi, una ex pareja que se lleva tan bien que aún después de separados viven puerta a puerta. Estos dos amigos que se conocieran desde la secundaria se enamoraran y se casaran años atrás, viven ahora separados, pero se mantienen al corriente de sus vidas. Tienen los mismos amigos y salen juntos, sin embargo, ellos mismos se dicen “amigos“. 

Por amigos y nuevas personas que llegan a sus vidas, se dan cuenta de que están todavía aferrados el uno al otro. Jessi decide romper el círculo de dependenca que ha mantenido con Celeste y se casa con una chica con la que tuvo una aventura. Celeste sale con otros hombres, va a sus clases de yoga y después de llorar y descuidarse un tiempo, decide darle el divorcio a Jessi y enfrentar su dolor. Con esa acción, logra reconcialiarse con Jessi y con ella misma. Lo que se plantea acá, es el dolor que representa aceptar que una relación ya terminó y todas las cosas que hacemos para no enfrentarlo. Se reflexiona, en tono de comedia, pero profundamente, qué tanto puede uno mismo engañarse y venderse que ya no se está enganchado a la ex pareja, cuando en el fondo, se depende todavía de ella.

Mientras veía la película pensaba cuánto tiempo se puede uno perder de la vida y de otros amores cuando se está empecinado con una relación que ya dio lo que podía dar, aunque a veces esa relación no sea más que escombros de algo medianamente bueno. Ese miedo a cerrar ciclos y comenzar en otro lado nos hunde en algunos momentos de nuestra vida. Lo peor es que nadie te dice nada, aunque se den cuenta. Yo, por el momento, estoy a gusto así como estoy, y claro, no dejo de soñar con eso del amor verdadero y para siempre. Aunque me digo que si mi teoría es cierta, sólo faltan dos meses para conocer a mi nuevo amor. Y lo que me gustaría realmente es que cada vez esos amores fueran más duraderos. Sí, eso. Que de cuatro meses pasaran a un año o, mejor todavía, a cuatro años.  Aunque no estuvieran predestinados para mí ni fueran para siempre. Total, destino o decisión, siempre duran poco.