¿De dónde salen las personas con las que nos encontramos y luego nos
enamoramos? ¿Será cierto eso que estamos predistinados a conocer a
ciertos individuos y a otros no? Yo incluso he llegado a desarrollar mi teoría de
los cuatro meses. Sí, cada cuatro meses, más o menos, conozco un nuevo amor que
no siempre pasa la categoría de nuevo, pero que bien puede llamarse amor. Y
siempre pareciera que es inevitable conocerlo. No hago mucho, simplemente
aparece. Mis amigas, las del ala metafísica, se empecinan en desmentir mi
teoría diciendo que lo que pasa es que yo necesito conocer a esos hombres para
crecer y desarrollarme espiritualmente de alguna forma. Mi hermana, por
ejemplo, lo llama la ley de la Atracción, considerando al hecho de que yo
-eterna enamorada del amor- atraigo lo que llega, ni más ni menos. A mí, sin
embargo, esa explicación no me llena de gozo ni me satisface. Mis amigas, las
que visitan al psicólogo y son más nice, dicen que no he solucionado
conflictos con mi padre, que busco a mi padre en cada uno de esos hombres. Y
que ya que pasan las mieles de los primeros meses, al sentirme decepcionada por
no hallarlo, dejo el barco. A mí esa idea me parece medio perversa pero no la
descarto definitivamente.
Ayer, por ejemplo, cuando regresaba a casa en el metro, un chico me
miraba insistentemente. Era de esos hombres a los que las mujeres llamamos
cariñosamente “Osito“. Barba cerrada, no muy alto, ojos grandes y labios rojos:
era guapo pero demasiado tierno como para sentirme obligada a conocerlo. Así
que con toda la emoción que me embargaba saber que era observada, saqué mi
teléfono y fingí que veía mis correos. En el fondo tenía ganas de hablar con
él, pero no me atreví. Cuando llegó a la Vinetastrasse, cogió sus dos bolsas de
compras, sonrió y en voz baja dijo, adiós. Yo sonreí, sin mirarlo realmente.
¿Qué podía haber hecho? Seguirlo y decirle: “ay, perdona, pero tengo la teoría de que
cada cuatro meses conozco a un hombre y ahora apenas llevo dos meses de espera.
Lo siento, no cumples con la regla“. Así que, ahí, el destino no jugó el
papel principal, sino mi decisión de no ser parte del encuentro. Mi amigo
Mauricio, el budista, dice que somos sobre todo decisiones. ¿Será? O sea, que
eso que tenemos que conocer a A o B tiene que ver más con nuestra visión
superficial del amor y las circunstancias en las que deberíamos
encontrarlo. Yo no estoy tan segura. Cuando estoy sola me regocijo viendo
películas de amor, de esas en serio cursilonas. Casi siempre elijo francesas o
italianas, y aunque no distan mucho de las americanas ni traicionan el
argumento conocido por todos, me gustan más.
El otro día, rompiendo la regla, veía Celeste y Jessi forever, una
película americana de cine independiente, un poquito diferente a la historia ya
trillada de los dos guapos, heterosexuales, por supuesto, que se enamoran y
después de pasar uno o dos problemitas, salen avantes de sus terribles odiseas.
La historia, sin embargo, que cuenta Lee Toland Krieger, directorde Celeste
y Jessi, va más allá del conflicto y la lagrimita ocasional. Para abordar
más o menos profundamente, en tono de comedia, la vida de Celeste y Jessi, una
ex pareja que se lleva tan bien que aún después de separados viven puerta a
puerta. Estos dos amigos que se conocieran desde la secundaria se enamoraran y
se casaran años atrás, viven ahora separados, pero se mantienen al corriente de
sus vidas. Tienen los mismos amigos y salen juntos, sin embargo, ellos mismos se dicen
“amigos“.
Por amigos y nuevas personas que llegan a sus vidas, se dan cuenta de que
están todavía aferrados el uno al otro. Jessi decide romper el círculo de
dependenca que ha mantenido con Celeste y se casa con una chica con la que tuvo
una aventura. Celeste sale con otros hombres, va a sus clases de yoga y después
de llorar y descuidarse un tiempo, decide darle el divorcio a Jessi y enfrentar
su dolor. Con esa acción, logra reconcialiarse con Jessi y con ella misma. Lo que se
plantea acá, es el dolor que representa aceptar que una relación ya
terminó y todas las cosas que hacemos para no enfrentarlo. Se reflexiona, en
tono de comedia, pero profundamente, qué tanto puede uno mismo engañarse y
venderse que ya no se está enganchado a la ex pareja, cuando en el fondo, se
depende todavía de ella.
Mientras veía la película pensaba cuánto tiempo se
puede uno perder de la vida y de otros amores cuando se está empecinado con una
relación que ya dio lo que podía dar, aunque a veces esa relación no sea más
que escombros de algo medianamente bueno. Ese miedo a cerrar ciclos y comenzar
en otro lado nos hunde en algunos momentos de nuestra vida. Lo peor es que
nadie te dice nada, aunque se den cuenta. Yo, por el momento, estoy a gusto así
como estoy, y claro, no dejo de soñar con eso del amor verdadero y para
siempre. Aunque me digo que si mi teoría es cierta, sólo faltan dos meses para
conocer a mi nuevo amor. Y lo que me gustaría realmente es que cada vez esos
amores fueran más duraderos. Sí, eso. Que de cuatro meses pasaran a un año o,
mejor todavía, a cuatro años. Aunque no estuvieran predestinados para mí
ni fueran para siempre. Total, destino o decisión, siempre
duran poco.