martes, 29 de noviembre de 2016

Que nosotros




Para Miguel, Lenin y Afrodita.

Que la mano en la boca de los asistentes
Que tú narras la muerte de Julio César
Que no fueron los perros ni las ratas las que organizaran semejante carnicería
Que no se quería proteger a la familia Mondragón Fontes cuando la Comisión Nacional de Derechos Humanos decidió ocultar las fotografías de Julio desollado
Que no querían proteger a la madre del horror de ver a su hijo carcomido porque los funcionarios defendían sus empleos, aseguraban cheques, depósitos mensuales, nuevos compadrazgos
Que Afrodita, la madre, encerrada en su casa buscaba un lugar menos frío para su Julio, un lugar donde estuviera a salvo.
Que Lenin quería ver el cuerpo de su hermano aunque fuera sin rostro
Que Miguel tenía una escuálida certeza y encontró que el teléfono de Julio había sido robado
Que una sábana de llamadas
Que 31 actividades desde el teléfono del normalista
Que un mapa, un recorrido que hiciera Julio los últimos días y las llamadas desde las cercanías del CISEN
Que cuatro contactos telefónicos desde las entrañas del campo militar más grande de México
Que Julio decía que “yo voy a Ayotzinapa a hacer historia”
“Que yo nací”, le diría a su tío Cuitláhuac, “para ser normalista rural”
Que era el mismo hombre que dejara sin quererlo a Melisa, de dos meses, y a Marisa su mujer
Que yo conocería a Lenin y a sus tíos
Que Cuitláhuac, el 27 de septiembre de 2014, se negó a firmar el homicidio calificado como le sugerían los empleados de derechos humanos o la conversación entre los trabajadores de la Procuraduría valorando cuánto habrían pagado por tal o cual muchacho
Que tres normalistas tirados en las planchas
Que así llevarían la muerte de Julio hasta su casa, hecha noticia
Que en Tenancingo, Afrodita, con las piernas entumidas y sin probar bocado rogaba que ese cuerpo que había ido a reconocer su Lenin no fuera el de su Julio
Que a Julio en el Camino del Andariego no lo mataron los Guerreros Unidos
Que a nosotros se nos seguirá llenando la garganta de piedras

Que nosotros seguiremos pensando que es el pueblo el que pone los muertos