Para Miguel, Lenin y Afrodita.
Que la mano en la boca de los asistentes
Que tú narras la muerte de Julio César
Que no fueron los perros ni las ratas las que organizaran
semejante carnicería
Que no se quería proteger a la familia Mondragón Fontes cuando
la Comisión Nacional de Derechos Humanos decidió ocultar las fotografías de
Julio desollado
Que no querían proteger a la madre del
horror de ver a su hijo carcomido porque los funcionarios defendían sus empleos,
aseguraban cheques, depósitos mensuales, nuevos compadrazgos
Que Afrodita, la madre, encerrada en
su casa buscaba un lugar menos frío para su Julio, un lugar donde estuviera a
salvo.
Que Lenin quería ver el cuerpo de su
hermano aunque fuera sin rostro
Que Miguel tenía una escuálida certeza
y encontró que el teléfono de Julio había sido robado
Que una sábana de llamadas
Que 31 actividades desde el teléfono
del normalista
Que un mapa, un recorrido que hiciera
Julio los últimos días y las llamadas desde las cercanías del CISEN
Que cuatro contactos telefónicos desde
las entrañas del campo militar más grande de México
Que Julio decía que “yo voy a
Ayotzinapa a hacer historia”
“Que yo nací”, le diría a su tío
Cuitláhuac, “para ser normalista rural”
Que era el mismo hombre que dejara sin
quererlo a Melisa, de dos meses, y a Marisa su mujer
Que yo conocería a Lenin y a sus tíos
Que Cuitláhuac, el 27 de septiembre de
2014, se negó a firmar el homicidio calificado como le sugerían los empleados
de derechos humanos o la conversación entre los trabajadores de la Procuraduría
valorando cuánto habrían pagado por tal o cual muchacho
Que tres normalistas tirados en las
planchas
Que así llevarían la muerte de Julio
hasta su casa, hecha noticia
Que en Tenancingo, Afrodita, con las
piernas entumidas y sin probar bocado rogaba que ese cuerpo que había ido a
reconocer su Lenin no fuera el de su Julio
Que a Julio en el Camino del Andariego
no lo mataron los Guerreros Unidos
Que a nosotros se nos seguirá llenando
la garganta de piedras
Que nosotros seguiremos pensando que
es el pueblo el que pone los muertos